CUADRO OCTAVO • EN PRAGA

En el jardín del Palacio Imperial, en una noche estrellada. A la derecha, un quiosco; a la izquierda un mirador; delante, una amplia terraza con un escritorio, una silla y diversos instrumentos de astronomía. Lucifer (fámulo de Kepler) está de pie sobre la parte delantera de la terraza. En el jardín se pasean señores y damas de la corte, entre otras, Bárbara, la mujer de Kepler, en la que reconocemos a Eva. El emperador Rodolfo charla con el astrónomo Kepler (en quién reconocemos a Adán). Al fondo la llama de una hoguera. Atardecer, después cae la noche. Dos cortesanos pasan al proscenio.

1. CORTESANO
¿A quién queman ahora? ¿A un hereje
o bien a una bruja?

2.° CORTESANO
Eh, a fe mía, yo no sé…
Eso ha pasado de moda;
tan sólo le interesa a la canalla.
Aun cuando haya dejado de delirar
de júbilo en torno a la hoguera,
mira y no dice esta boca es mía.
O bien murmura cosas vagas…

1. CORTESANO
¡Decir que no ha mucho
era una verdadera fiesta ver
arder una hoguera! La corte
y la nobleza asistían sin falta…
¡Fue la buena época! ¡Todo eso terminó!
(Se alejan.)

LUCIFER
¡Qué buen fuego! En esta fresca prima noche
es algo muy agradable. ¡Oh, sin duda,
hace ya buen rato que me calienta!
Pero temo que empiece a decrecer.
¡Y no porque el hombre apagarlo decidiera
o que otra verdad lo amenace!
Sencillamente, la época es indiferente
y nadie se ocupa del brasero.
De aquí a que me hiele… Ah, ciertamente,
todas las grandes ideas están destinadas
al mismo deterioro.
Sube a la torre. Rodolfo y Kepler van al proscenio.

RODOLFO
Tienes, Kepler,
que componer mi horóscopo.
Me he sentido esta noche conturbado
por pesadillas. Quiero saber
cómo anda mi estrella.
Recientemente apareció en su órbita
un signo de mal agüero, al lado de
la Serpiente, aquí, cerca de la cabeza…

ADÁN
Sí, Majestad.

RODOLFO
Tan pronto como estos días climatéricos
hayan pasado, tendremos que reanudar
nuestra gran obra donde la dejamos
y, esta vez, llevarla a buen término.
De nuevo he consultado detenidamente
a Hermes Trismegisto, a Sinesius,
a Alberto el Magno, a Paracelso, la Llave
de Salomón y muchos otros trabajos,
y al fin pude descubrir el fallo
que hemos cometido… Helo aquí:
Llevando al Rey Viejo a la incandescencia
vimos surgir al León y al Cuervo;
entonces, bajo la acción de dos planetas,
el doble Mercurio se condensó
y, de los metales, la sal filosófica
se depositó en el fondo del alambique.
Mas por error nos faltó el Agua Seca
y luego el Fuego Húmedo… Por ello
no tuvo lugar el santo matrimonio
cuyo producto infiltra la juventud
en las venas del anciano y puede cambiar
el metal vil en metal precioso.

ADÁN
Sí, Majestad, comprendo…

RODOLFO
Algo más…
Circulan en la Corte feos rumores sobre ti.
Dicen que te has convertido
a las nuevas doctrinas.
Parece que pones en entredicho
los dogmas de nuestra Santa Iglesia.
Peor aún: intercedes con sobrada energía
en favor de tu madre, que está inculpada
de herejía… Eso te hace sospechoso.

ADÁN
¿Majestad, no soy su hijo?

RODOLFO
¡Tu verdadera madre es la Iglesia!
Deja al mundo: está bien como está.
No trates, con mano torpe, de enmendarlo.
¿No te he colmado con mis favores?
De sobra sabes que tu padre tenía una taberna…
Me las arreglé para que nadie
pudiera dudar de tu nobleza,
y no fue asunto de poca monta.
Fue así como pudiste acercarte a mi trono
y obtener la mano de Bárbara.
Sigue mi consejo, hijo mío: cuídate.
El Emperador deja a Adán y sale; éste se queda abismado en sus pensamientos. Dos cortesanos se acercan.

3. CORTESANO
Nuestro astrólogo parece
estar muy preocupado.

4.° CORTESANO
Los celos lo devoran…
Qué quieres, no se siente bien
en ese nuevo medio;
es el villano que lleva dentro
y que sale a flote…

3. CORTESANO
No sabe que todo verdadero gentilhombre
ve en la mujer una divinidad
y que derramaría toda su sangre
si su virtud fuera calumniada.
Si le rendimos pleitesía, nos hace sospechosos
de apetitos lujuriosos…
Eva, en compañía de otro grupo, se une a los dos cortesanos y, jovialmente, da con su abanico un golpecito en el hombro del segundo cortesano.

EVA
¡Gracia! ¡Gracia, caballero!
¡Si no, a fuerza de reír,
creo que voy a morir!
¡Ah, señores, qué cara de solemnidad ponéis!
¿No os habrá conquistado el nuevo espíritu?
¡En ese caso, idos de aquí, pues espanto me da
esa ralea mojigata y taciturna
que quisiera despojarnos de las dichas terrenales
y sueña con desquiciarlo todo!

3. CORTESANO
No somos de ésos, bella dama.
¿A santo de qué querríamos perturbar
un sitio habitado por vuestra compañía?

1. CORTESANO
En cambio, allá veo a alguien
cuya sombría cara dice a gritos
que forma parte de esos innovadores…

EVA
¿Quién? ¿Mi marido? Ah, señores, sean buenos…
Ahorradle esas sospechas ante mí
que, por la voluntad de Dios, soy su esposa.
Ah, el pobre está enfermo, muy enfermo…

2.° CORTESANO
¡De vuestros ojos bellos
es tal vez la falta!

3. CORTESANO
¡Cómo! ¿Osaría haceros el ultraje
de su encelamiento? ¡Ah, querría ser
vuestro caballero para tener derecho
de arrojarle al rostro mi guante!
(Se acercan a Adán.)
¡Ah, qué dicha encontraros, maestro!
Justamente querría consultaros:
¿qué tiempo tendremos? Debo ir
estos días a mis tierras…

1. CORTESANO
En lo que a mi respecta,
quisiera saber el nombre de la estrella
bajo la cual nació mi último hijo.
Vino al mundo después de medianoche,
la noche pasada…

ADÁN
Tan luego como mañana por la mañana,
señores míos, os diré todo eso.

4.° CORTESANO
La gente se marcha. Imitémosla.

3. CORTESANO
Heos en vuestra casa. Buenas noches, señora.
(Añade en voz baja)
Dentro de una hora…

EVA (le contesta en el mismo tono)
A la derecha, en el cenador…
(En alta voz)
Buenas noches, señores míos.
(A Adám)
Ven, es tarde.
Salen todos. Adán y Eva suben a la terraza. Adán se deja caer en su silla. Eva se queda de pie junto a él. La noche se hace más oscura.

EVA
Juan, por favor, necesito dinero.

ADÁN
¡Ya no tengo ni un centavo!
Te lo llevaste todo.

EVA
¿Ah, de modo que yo, tu mujer, estoy condenada
a verme siempre en apuros? ¡En la Corte
todas las damas brillan y rutilan
como pavos reales! Al lado de ellas
siento vergüenza.
Cuando un galán, inclinado hacia mí, me dice
que de todas yo soy la reina,
me avergüenzo por ti, dejas
que la reina se pasee en harapos.

ADÁN
Consideremos:
¿No me agoto, noche y día,
profanando mi ciencia en horóscopos
y en fútiles conjeturas para colmar
todos tus deseos? De lo que me ha pasado por el alma,
nada digo. Afirmo cosas que sé falsas.
¡Vergüenza me da de ser aún peor que la Sibila,
quien al menos creía lo que anunciaba!
En esto he parado… ¡Y todo por ti!
¿Y cuál es el premio de mi traición?
Para mí nada necesito en el mundo;
pues me basta contemplar los cielos,
la noche resplandeciente, y escuchar
la secreta armonía del universo.
Todo el resto es para ti. Ay, el cofre
del Emperador suena a menudo a hueco,
y para colmo hay que insistir
para que se abra. Mañana tendrás
lo poco que me ofrecen. Lo que me mata
es tu ingratitud…

EVA
¿Vas a reprocharme tus sacrificios?
¿Nada hice por ti, yo, una noble doncella,
casándome contigo pese a tu dudoso rango?
¿Y, en verdad, no me debes el haber podido elevarte?
¡El ingrato eres tú!

ADÁN
¿Son la inteligencia y el saber
de un rango dudoso? ¿El rayo que el cielo
puso en mi frente acaso es oscuro?
¿Hay linaje más alto que el suyo?
Lo que llamáis nobleza es un fantasma
sin vida, sin alma, ¡una caricatura!
¡Pero la nobleza mía es eterna,
fuerte y por siempre joven! ¡Si pudieras,
oh mujer, comprenderme! Si tu alma
fuera hermana de la mía, como así
pude pensarlo en tu primer beso,
de mí estarías orgullosa y tu dicha
lejos de mí no irías a buscarla;
no irías por el mundo a exhibir
todo lo que en ti hay de dulzura
reservando la amargura para el hogar.
¡Te he amado, oh mujer, con amor infinito!
Sí… Y sigo amándote.
Pero este amor depositó en mí hiel
cuando pudo serme dulce como la miel.
Empero, qué nobleza tendría tu corazón
si verdaderamente pudieras ser mujer…
Pero el destino te ha rebajado, y hace
un ídolo hoy de la mujer,
después de haber hecho de ella una diosa
en tiempo de la Caballería. ¡Al menos,
mujer, en esos tiempos creían en ti!
Mas ahora nuestra edad sin esplendor
ya no puede creer en ella, y el ídolo
no es más que una muñeca rellena de vicios…
Ciertamente, podría separarme de ti, aunque
tuviera que arrancarme el corazón. Con ello
ganaría la paz, y tú tal vez la felicidad.
¡Mas tenemos en nuestra contra las costumbres,
el orden establecido, las reglas de la Iglesia!
Tenemos que renunciar y deberemos
soportarnos largo tiempo, marchar de frente
hasta que la muerte, en fin, venga a liberarnos
al uno del otro…
Se lleva las manos a la cabeza. Eva, conmovida, lo acaricia.

EVA
Mi Juan querido, te lo suplico, no te aflijas…
A veces hago mal en hablar sin pesar las palabras.
No he querido hacerte daño.
Pero, piensa, la Corte es tan maravillosa,
las damas tan altivas y tan burlonas,
que enfrentarme a ellas me atemoriza.
¿Ya se te pasó el enojo? Ánimo, buenas noches…
¡Y, mañana por la mañana, no olvides el dinero!
(Vuelve al jardín.)

ADÁN
¡Ah, qué extraña aleación, la mujer!
Hiel y licor, nobleza y crueldad,
el bien y el mal estrechamente unidos…
¿Por qué, pues, con lanta fuerza nos atrae?
Es que el bien le es esencial,
que el mal está en la época que la vio nacer.
(Sin dirigirse especialmente a nadie)
¡Eh, fámulo!
Lucifer entra con una lámpara que pone sobre la mesa.

LUCIFER
¡Heme aquí! ¿Qué quieres, maestro?

ADÁN
Un horóscopo. Y el estado del tiempo
para mañana. Hazlo rápido.

LUCIFER
¿Y, por descontado, todo eso
debe ser brillante? Nadie
querría pagar la verdad desnuda…

ADÁN
Hazlo de manera que sea verosímil.

LUCIFER
No temas. Mas, ¿qué podría inventar
que superara escandalosamente
las ilusiones de esas animosas gentes?
¡Cada recién nacido es seguramente
el Mesías! ¡Una estrella fulgurante
que deslumbra a la familia antes de ser
más tarde un vulgar ganapán!
Lucifer se pone a garrapatear. Eva ha llegado al cenador, donde la espera el tercer cortesano.

3. CORTESANO
Cruel, me has hecho languidecer…

EVA
¿De veras?
¡Qué gran tormento haber esperado
en la fresca noche, mientras yo engaño
a un buen marido por ternura hacia ti
y me expongo a los ataques del mundo
y a la ira del Cielo!

3. CORTESANO
¡Bah! La ira del Cielo
no puede alcanzarte en esta oscuridad;
no más que la mirada de la gente…

ADÁN (sumido en pensamientos)
He deseado una época apacible
en la que nadie piense en trastrocar
el orden establecido. En fin,
iba a poder descansar tranquilo,
y, sonriendo con indiferencia,
dejar sanar mis antiguas llagas.
¡Pues bien, estoy metido en esta época!
¿Mas qué haría yo en ella, con esta alma en mí
que, para mi tortura, el Cielo me ha dado,
que no puede soportar la quietud y la pereza
en que nos complacemos?
¡Eh, fámulo! Tráeme vino, temblando estoy.
¡Este mundo está helado! ¡Yo lo inflamaré!
¡He ahí la tarea que sólo puede, en esta
cobarde época, sacarme del fango y estimularme!
Lucifer trae vino. Adán empieza a beber y así seguirá haciendo hasta el final del cuadro.
¡Cielo infinito, ábreme tu gran Libro
misterioso! ¡Que yo pueda adivinar
una de tus leyes, y así, olvidaré esta época
y todo cuanto aquí me rodea!
¡Tan sólo tú eres eterno! Tu sólo me elevas,
el resto es perecedero y me rebaja.

3. CORTESANO
¡Si pudieras ser mía, Bárbara!
Si Dios quisiera llamar a tu marido
para que comprenda los secretos del cielo,
a él que tan sólo tuvo ojos para las nubes…

EVA
¡Chitón, caballero!
¡Serían tantas lágrimas,
que nunca jamás podría besarte!

3. CORTESANO
¿Bromeas?

EVA
No. Es la verdad.

3. CORTESANO
¿Qué hombre podría comprender esto?
¡Bárbara, tú no me amas de veras!
¿Qué harías por mí si me viera
pobre o exiliado?

EVA
A fe mía que no lo sé.

ADÁN
Que llegue el tiempo que al fin haga fundirse
la indiferencia y la molicie, y que henchido yo
de una fuerza nueva, tenga el arrojo
de lanzar en la Nada de los desechos
veleidades, frivolidades y vejeces.
Un tiempo que juzgue, exhorte o recompense
y, si es necesario, que castigue severamente.
(Adán se levanta y llega, haciendo eses, a la terraza del observatorio.)
Un tiempo que miedo no tenga
a los grandes recursos ni a clamar
por el vocablo soberano hasta el presente desterrado.
¡Aunque para ello, una mañana,
esa palabra irresistible, formidable,
precipitándose por la ruta del Destino
como una avalancha, lo aplaste todo,
incluso a quien la hubiera lanzado!
Se escucha la tonada de la Marsellesa.
¡Ah, lo oigo, el canto del porvenir!
¡Ya hallé la palabra prestigiosa,
el talismán que va a rejuvenecerte,
oh vieja tierra, bajo los cielos aterida!


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